Te sentas. Miras por la ventana y respiras hondo. Pasa un hombre con su niña al hombro mientras suenan los platos y cubiertos en la cocina. El murmullo suave de la vida que transcurre con calma en el restaurante. El hombre con la niña lleva un look hardcore. Sienta bien saber que el amor de padre no está atado a un look preimpuesto.
Se siente el equilibrio dde las cosas. Aquí la paz de una comida preparada, quiza con amor por otros. Recibida ciertamente con amor por nosotros. Los niños juegan en la plaza y todo está bien. Las noticias de los avances tecnológicos vorazmente veloces, como efecto resorte del adormecimiento que los contuvo desde el '50. Un presente feliz. Un futuro fantástico.
Y del otro lado de este mundo, la discriminación se empodera, crece en violencia, un virus imparable. Del otro lado crece la pobreza, ríen los crueles poderosos, las guerras ganando terreno, más países e inocentes reciben bombas y ataques terroristas. Ya no puede llamarse terrorista porque el terror está normalizado, es lo que se vive hoy día en la mayoría de las realidades individuales.
Pero de este lado, paz. Amor. Calma. Bendición. Es un balance, supongo. Es lo que es. Y sólo se puede dejarlos ser. Aceptar el balance. Hundirse en el confort.