sábado, 26 de marzo de 2011

De viajes

Y escribo.

Esto significa que por fin estoy en casa, aunque haya llegado hace como diez horas. Vengo de Misiones, del International Rainbow Gathering de este año, que no fue tan bueno, tampoco fue tan malo, pero que me llega por los relatos de otra gente arco iris que no es el mejor ejemplo. Pero quisiera dejar eso de lado. Sin embargo, si quiero contarlo, no puedo dejarlo de lado. Lo bueno va con lo malo, siempre de la mano, porque no aprendemos que todo es.

Me costó conectar desde el principio. Llegamos de noche, en pleno festejo de luna llena. Un enorme círculo en un claro en la selva, un fuego enorme en el centro. Tambores, flautas, música, gente feliz. Gente alrededor de un pequeño círculo sagrado adornado con flores blancas locales y mandalas, y donaciones, meditando sus distintas meditaciones, cantando, o en silencio, o tocando los cuencos. La gente bailaba, reía, gozaba, celebraba... y yo mirando de afuera. No pude conectar.

Una compañera de viaje me pidió dormir en mi carpa, la armamos, traté de conectar un rato más y me volví a dormir pensando en que debía volver-mañana sería otra día y lo vería todo mejor.

Creo que esa última frase resume todo el viaje. Así que creo que ahora que saqué mi frustración afuera puedo contar lo bueno. Buscando algo para hacer, porque todos tenemos que ser útiles, me quedé en la cocina. Cortar y rayar y picar verduras para comer todos, al ritmo de los tambores y las voces, es muy bueno, dan ganas. Todos sonreímos, todos sentimos el mismo gozo de saber que vamos a comer, y que todos ayudamos. La tarea es fácil, llevadera, y se comparte lindo. Se llama tres veces, y la última se lleva la comida al círculo central, donde antes se bailaba, donde ahora estamos todos en círculo bendiciendo el momento, bendiciendo la unión, bendiciendo la comida. Somos un cuerpo con distintas células. Células de todos los colores.

Luego de comer, el río. El río es tranquilo, y rodea el campamento por tres lados. Yo sólo visité dos. Es el paraíso bañarse ahí con este calor. Es el paraíso donde no hay más que pureza. Pureza y mi vergüenza que máximo me permite un topless. Quisiera describir lo que es esa calma, pero siento que estoy invadiendo, tanto como si sacara una foto. Es sencillo como esto: el ser humano, antes de comer el fruto del bien y del mal... era puro.


Quizá hubiera estado bueno tener más talleres, dicen unos y otros, y estoy de acuerdo. Vine para hacer yoga, y reiki, y aprender el Tzolkin, y estoy mañana y tarde en la cocina... porque para sentirme parte, tengo que sentirme útil. Algo que tengo que arreglar en este año. La promoción de los talleres igual brilla por su ausencia. Las reglas básicas de higiene en la intemperie, nos vamos enterando más tarde, también. Mucha gente nueva, opino yo; mucha que no sabe vivir en la intemperie. Quien sabe. El agua de la vertiente sabe a sésamo.

El Martes fui a la ciudad a buscar dinero, y darme cuenta que estoy en el Norte, y las cosas cierran al mediodía. En la ida me empecé a sentir mal, muchos viajaban enfermos en ese colectivo. Me quedé en el pueblo dos días, por la comodidad de la cama al lado del baño. Eso me hizo pensar, no estoy para esto todavía. Y volví al campamento ya pensando en volver. Me quedé una noche, por una compañera de viaje que viajaba a la mañana siguiente y quería volver conmigo. Hice un taller de Momento Magnético, moví algunas cosas con eso... y tuve miedo. Removí mis miedos y pasé una pequeña noche oscura. Saqué muchas cosas feas. Busco cual es el nombre de las emociones que tuve, y solamente encuentro la palabra miedo. Y mi miedo más grande... es a mí misma. A conocerme en toda mi extensión y darme cuenta de que soy mucho más grande.

Se lo pregunté al día siguiente al hombre-ángel que me acompañó en la salida al día siguiente, porque mi carga (las dos, la física y la otra) era mucha. Y me dijo "sí, se puede tener miedo a ser grande. Pero el destino nos llega a todos, y cuando la gracia llega, luego del miedo, te das cuenta de que así tenía que ser". Ahora ya no recuerdo las palabras exactas, y lloro lo mismo al recordarlo. Lloré la mitad de ese camino, justo después de preguntar hasta el final, y luego un poco más. Y eso era todo lo que necesitaba para mi noche oscura. Largar todo una noche, y luego ascender hasta la luz en el día siguiente. Qué simbólico todo.

Luego un viaje tranquilo tranquilo, con mi compañera que llegó conmigo, se enfermó conmigo y volvió conmigo.

No conté de la selva. El calor es mucho, y húmedo, y mantiene a los participantes del Rainbow en sus pequeños grupos de carpas bajo los arboles, o en el río. Lo otro que no conté es una conclusión. Lo que mata en Buenos Aires no es la humedad. Es el exceso de cosas para hacer. Cuando no hay nada para hacer, entonces surge la calma.

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