Terminé de comer Mac y escribo. Esto va a terminar siendo la columna de Mac. Es más, debería pedir que me paguen el chivo. En fin...
Esta vez desde el colectivo, estaba parada, comiendo mi desayuno, balanceandome con las manos ocupadas de café y eggie como para poder agarrarme. A mis pies, la valija pesada de traslados, 2 mudas de ropa que ya necesitan lavado y no hay tiempo; pesada de trabajo a la rastra (un poco en cas a de mi hermano, otro poco en la clínica esperando al traumatólogo); pesada de esa pequeña ball & chain del tamaño de un anotador A4 y con el pesa de la responsabilidad de cargar mi trabajo a todos lados. Concentrada en los carteles de crítica política, siento que me pican el hombro: una piba de 30 y algo me señala un asiento vacío.
Cómo agradezco estos pequeños momentos. En esta ciudad donde todos tratan de llegar primero, donde la más mínima comodida se arrebata con una desesperación que desmerece el logro... Alguien se detuvo a mirar mi incomodidad y resolverla. Quizá se bajara en poco y nada, y no sacrificó su propio asiento. Pero se tomó la molestia de tocar mi hombro y terminar mi balanceo.
Agradezco a todos los que son capaces de tomarse ese momento. Porque es justamente ese momento en el que abren los ojos para ver al otro, lo que les permite verse a sí mismos, y así como resuelven la incomodidad del otro, ese momento también les permite resolver incomodidades propias.
SOMOS TODOS UN REFLEJO. RECORDEMOS MIRARNOS MÁS SEGUIDO.
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